Volver a empezar


“He tirado bolsas llenas de ansiedad, y aquellos defectos que uno guarda por guardar.”

Alicia tuvo que apagar el tocadiscos; retiró la aguja con sumo cuidado, pues no quería dañar uno de sus vinilos favoritos, pero no podía continuar escuchando sus canciones. Por algún mal chiste del destino, la voz grave y delicada del autor parecía haberse inspirado en ella a la hora de escribir la canción.

Miró en torno a sí. El nuevo piso al que se había mudado no tenía nada que ver con el que compartió durante cinco años con René: éste era tan pequeño que cuando abría la puerta de entrada, invadía la minúscula cocina; en el salón, su sofá chaise longue parecía el de un gigante y su cama de uno cincuenta, apoyada directamente en el suelo porque no tenía somier, no dejaba espacio para las mesillas de noche.

Suspiró. Le estaba resultando muy difícil volver a empezar.

Mientras desembalaba las cajas de cartón que invadían todo el lugar, Alicia recordó el día que ella y René se mudaron a aquel pisito a las afueras de la ciudad. No era ni demasiado grande, ni agobiantemente pequeño; sencillamente, era perfecto. La luz natural entraba a raudales por los grandes ventanales del espacioso salón – comedor y se reflejaba en las paredes blancas. René no paraba de tararear la una canción de Albertucho, que decía algo como “Quiero ponerte un pisito y justo arriba de un bar…”  mientras ella se reía a carcajadas. Cenaron una horrible pizza casera aquella noche.

A pesar de que había sido ella quien había tomado la decisión de terminar la relación, le resultaba imposible no llenar de recuerdos el vacío que se cernía sobre ella. Su cabeza sabía que había hecho la elección correcta, pero su corazón anhelaba verle al llegar a casa. Cinco años no se borraban en unas semanas. Hacía mucho tiempo que habían caído en la rutina. Los últimos meses de su relación se resumían en horas interminables de silencio mientras veían por enésima vez la serie de la que se sabían ya hasta los guiones. “Él corría, nunca le enseñaron a andar, se fue tras luces pálidas. Ella huía de espejismos y horas de más.”

 Al principio no había sido así.

Los primeros años estuvieron repletos de momentos inolvidables y experiencias que compartieron llenos de emoción. El primer cumpleaños que pasó con René, la llevó de viaje a París. “Fue un desastre” recordó Alicia con una sonrisa dibujada en el rostro. Cuando salieron del tren y se encontraron en el centro de la ciudad, tardaron horas en encontrar el hotel. Deambularon durante cerca de hora y media por la avenida Lafayette, arrastrando las maletas arriba y abajo, pero incluso eso lo encontraron divertido; cuando llegaron de vuelta a Madrid, contarían la anécdota entre lágrimas y risas.

Cuando viajaron a Roma, la lluvia los sorprendió a punto de entrar al Foro Romano. Muchos turistas salieron corriendo en desbandada en busca de refugio, pero ellos continuaron con la visita empapados por la fresca llovizna de verano. René le sacó una de sus fotos favoritas: en blanco y negro, de espaldas, con los brazos abiertos y el cabello empapado.

Y en Ámsterdam, la mañana que abandonaron el hotel, se subieron al taxi que les esperaba en la puerta entre sonrisas cómplices. El amable recepcionista con el pelo del color del trigo, les había dicho que ya la cuenta ya estaba abonada. Tan sorprendidos como confusos, pidieron la factura y se marcharon prometiendo guardar el secreto.

Habían llenado su hogar de fotografías, imanes y recuerdos de todos los lugares que habían conocido juntos. Ahora, habían tenido que repartírselos. “Ha vuelto a pasar, no existe ningún nombre ni ningún lugar, sólo golondrinas en cajas de cartón…”

“No recuerdo cuándo decayó la conversación ni el punto en el que dices tú que algo cambió.” Cuánta razón encerraba esa canción. Últimamente, Alicia había tenido muchas noches de insomnio en las que rebobinar su vida buscando el momento en el que se produjo la fractura que los distanciaba, pero no encontró nada. Era imposible marcar un día exacto. Lo habían hecho todo bien, habían seguido paso a paso la receta del “felices para siempre”, ¿dónde estaba entonces el error? Siempre habían sido amigos además de amantes: se habían dicho las verdades a la cara, aunque resultasen molestas, y se habían estrujado en abrazos sanadores cuando la vida les golpeaba.

Alicia abandonó la tarea de abrir cajas, con lágrimas en los ojos. Era demasiado doloroso. En todas ellas encontraba algo que la recordaba hasta los instantes más nimios, aquellos que pasan desapercibidos, envueltos en la rutina, y de los que no se suele hablar: apenas estaban tonteando cuando René, que trabaja por entonces como camarero de noche en eventos deportivos, dejó tirado a su compañero en la furgoneta durante toda una hora con tal de poder verla. En las noches monótonas y frías de invierno, cuando el dinero no se estiraba lo suficiente a fin de mes, Alicia cantaba canciones pasadas de moda con una teatralidad desmesurada y a pesar de haber visto su espectáculo en infinidad de ocasiones, René siempre acababa riendo hasta tener agujetas. O aquel cinco de enero que Alicia regresaba de visitar a sus padres y él la esperaba en el aeropuerto, vestido de gala; había abandonado sus camisetas anchas y los botines para robarle una sonrisa.

¿Estaba cometiendo un error? Quizás se había rendido demasiado pronto, a lo mejor no era tarde para rescatar aquellos momentos. Alicia se sorbió la nariz y negó con la cabeza: se estaba dejando llevar por la emoción, no estaba viendo las cosas con claridad. En el último año, tan sólo había conseguido arrancarle del sofá una única vez. Ella había organizado una escapada al Algarve creyendo que un cambio de aires les sentaría bien, pero resultó ser una mala idea: René había ido arrastras, de mala gana, y cuando un espabilado les timó el último día en Lagos, la aventura terminó en una discusión en el coche a pleno pulmón de vuelta a casa. “Soy todo lo que prometí no llegar a convertirme, tú eres lo que nunca dijiste ser.”

Sería injusto pensar que sólo ella había puesto de su parte; René también había arrimado el hombro para intentar sostener su tambaleante relación: el día de su último aniversario, Alicia llegaba tarde del trabajo. Estaba completamente agotada. El coche la había dejado tirada en mitad de la M – 40 y por más veces que le había llamado, René no le cogió el teléfono. La grúa había tardado cuarenta y cinco minutos en llegar y, por supuesto, había caído una tromba de agua, como ocurría siempre que las cosas se torcían, así que cuando llegó a casa y contempló los pétalos de rosa esparcidos con mimo por el suelo, las románticas velas encendidas y una elaborada cena en la mesa, Alicia no se fijó en el tiempo y dedicación que René había invertido; sólo pudo pensar en el nefasto día que ella había tenido y en lo mal que había elegido el día para sorprenderla. “Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?”

Alicia se levantó del sofá y caminó exactamente siete pasos hasta su ridículamente pequeña nevera, y se abrió una cerveza. Arrugó la nariz. A ella no le gustaba el alcohol, pero necesitaba turbas sus sentidos durante un rato, o terminaría volviéndose loca. Cerró la puerta con llave y apagó todas las luces de vuelta al sofá; encendió la televisión y dejó que la serie de turno rompiera el silencio de su nuevo y frío hogar. Maldita nostalgia.

“Y malditas mudanzas” pensó también mientras sus ojos, ligeramente brillantes y enrojecidos, se cerraban vencidos al fin por el sueño, “siempre meten el dedo en la llaga.”

 

El tiempo siempre termina por cerrar heridas. Seis meses después, la nueva vida de Alicia comenzaba a asentarse: sus ritmos de sueño habían vuelto a la normalidad, su diminuto apartamento estaba lleno de plantas y los marcos vacíos guardaban ahora fotografías con amigas en los que Alicia volvía a sonreír. El pasado apenas acudía a su memoria; tan sólo tenía tiempo para pensar en el futuro.

Aquella noche Alicia había quedado con Cristina y Sandra para ir al concierto de Estopa; el primero en demasiado tiempo, y había puesto todas sus ilusiones y esperanzas en que resultaría una noche mágica: saltarían con sus temas favoritos y fingirían saberse la letra de los más desconocidos. Se iban a reír muchísimo, estaba segura.

En el estrecho armario que cabía a duras penas en su cuarto, no había espacio suficiente para toda su ropa. Rebuscó entre las cajas que todavía quedaban medio escondidas en el piso, esperando que su camiseta de los conciertos se encontrara allí. El rostro se le iluminó al encontrarla; terminó de vestirse y salió a la calle. Todavía era temprano, y las calles de Madrid estaban prácticamente vacías: el calor era infernal. Habían quedado en casa de Sandra para tomar algo antes de salir hacia la sala de conciertos. Alicia se puso los cascos para que la música aliviara el caluroso trayecto que le quedaba por delante, y emprendió el camino.

Ya estaba llegando, tan sólo cincuenta metros la separaban del aire acondicionado de la casa de su amiga; el sudor perlaba la frente de Alicia y los dedos de las manos se le dolían, hinchados por el calor, cuando se encontraron.

René caminaba por la acera de enfrente. Se había cortado el pelo y lucía una espesa y cuidada barba. Llevaba puestas las gafas de sol, como siempre. Al menos eso no había cambiado. Cuando sus miradas se encontraron, Alicia temió que resultara demasiado incómodo, y le saludó, alzando la temblorosa mano. Tras unos tensos instantes, en los que Alicia creyó que el mundo se le iba a caer encima, René le devolvió el saludo con una tímida sonrisa. No ocurrió nada más; resistieron las ganas de girarse y verse otra vez, de preguntarse qué tal, de tantear si otra persona ocupaba ahora su lugar. Pero ya nunca lo sabrían: cada uno continuó su camino sin volver la vista atrás.

“Aguas abril, flores en mayo, camino solo por Madrid. Se acerca junio y cumplo años, soy un extraño para ti.”

 

FIN

Comentarios

  1. Que bonito y triste :( que hermosa manera de narrar una ruptura, ese apego y por supuesto el escenario, uno que no conozco pero siento, saludos y felicidades.

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    1. ¡Hola Jorge!

      Muchísimas gracias por tu comentario, me ha hecho mucha ilusión. ¡Me alegro de que te haya gustado! Tu comentario me ayuda a seguir motivada.

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