la redención del villano
A lo largo de toda su vida, Samuel había sido un trasto.
De niño, dedicaba el tiempo libre a poner de los nervios
a su abuela: una vez, rompió la fuente de arroz que estaba en la nevera,
procuró recogerlo todo cuidadosamente y volver a dejarlo como estaba; cuando su
pobre abuela echó mano de la fuente, todo el arroz se le cayó encima en medio
de un grito ahogado de sorpresa.
En otra ocasión, escondió el niño Jesús del belén; sus
labios estuvieron sellados hasta que pasaron las navidades, cuando la abuela
Carmen lo encontró escondido en la chimenea. Y una de las travesuras que más le
gustaba hacer, era cavar en el jardín trasero hoyos secretos con la excusa de
atrapar al Correcaminos, pero lo único que conseguía era provocarle
innumerables sustos y leves esguinces.
El paso del tiempo había suavizado un poco su travieso carácter,
aunque nunca se había privado del maligno placer que encontraba en hacer
jugarretas, pero aquel día, no se encontraba con ánimos. Entró en la fría
habitación de hospital en la que se encontraba su abuela, y por primera vez en
su vida, no se le ocurrió nada gracioso que decir.
No parecía la fuerte y robusta abuela Carmen que le
reprendía por sus malas jugadas, pero ahora los años parecían habérsele echado
encima de repente. Samuel se prometió que se redimiría de su faceta de villano
y se convertiría en el héroe que ella se merecía.
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