Resiliencia

 

Tras varios días postrado en una cama y envuelto en vendajes que le comprimían el pecho, Hugo se había podido poner en pie. Los primeros pasos fueron torpes, y se sintió como un infante que apenas estaba aprendiendo a caminar, pero, poco a poco, se sintió más seguro. Recorrió la distancia que le separaba del espejo, y aun tambaleándose, se quedó de pie, contemplándose.

Era la primera vez en muchos años que se podía mirar al espejo sin sentir el amargo sabor del rechazo, a pesar de que las vendas le impedían comprobar cómo había quedado su cuerpo después de la operación. No importaba. Por fin había conseguido lo que llevaba tanto tiempo anhelando. Un sentimiento desconocido comenzó a hormiguearle por todo el cuerpo.

Había sido un proceso muy largo. Tuvo que pasar por evaluaciones psicológicas, visitas regulares a médicos y chutes de hormonas. Sufrió las miradas desconcertadas de cuántos le habían conocido en otra vida, cuando todavía se llamaba Helena; las burlas de sus compañeros de instituto habían pasado a ser la banda sonora de aquellos días; probó el regusto del miedo al volver a su casa por las noches, cuando hombres corpulentos le perseguían, humillándole. Hugo sacudió la cabeza, intentando disipar los recuerdos dolorosos. Aquel no era un día para estar triste.

Las manecillas del reloj que colgaba en la pálida pared de su habitación del hospital parecían estar confabuladas en su contra, impidiéndole el avance al Tiempo. Cuando finalmente dieron las once en punto de la mañana, la puerta de la habitación se abrió. El maduro y jovial cirujano que se había encargado de su intervención llegaba puntual.

-       ¡Buenos días, Hugo! ¿Cómo te encuentras hoy?

-       Fuerte. – contestó de forma inmediata, aunque hubiera sido más acertado decir “ansioso”.

-       ¡Qué alegría escuchar eso! – Hugo no estaba seguro de que la alegría de aquel hombre de baja estatura, con calvicie incipiente y arrugas alrededor de los ojos era genuina, pero, sin duda, resultaba contagiosa. – Bueno, ¿estás preparado para quitarte los vendajes y verte por fin?

Hugo se permitió una pausa. Al fin había llegado el momento. Había luchado con uñas y dientes por lograr ser quién realmente era, pero había perdido a muchas personas durante el camino. Miró a su alrededor. Cuánto le hubiera gustado que sus padres estuvieran allí con él, que pudieran aceptarle.

-       Estoy listo. – afirmó con un hilo de voz.

El cirujano comenzó a desenvolver su torso; con los nervios a flor de piel, Hugo prefirió concentrarse en cómo los vendajes caían al suelo con cierta elegancia. De repente, sintió cómo se le erizaba la piel al contacto con el frío ambiente, y se armó de valor para enfrentar su imagen en el espejo.

Las lágrimas brotaron entonces, bañando su rostro en un beso salado, al ver cómo las mamas que antes le oprimían habían desaparecido. Por primera vez en sus veintisiete años de vida, Hugo se sintió libre, y la risa brotó de su garganta. Aquello era felicidad.

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