Cuántas ilusiones rotas
Llovía, como ocurría siempre
que las cosas empezaban a torcerse. Se había olvidado el paraguas y la lluvia
le mojaba los revoltosos rizos castaños. No podía creerse que hubiera caído de
nuevo en el error de confiar en él, cuando la experiencia le había enseñado ya
que era un callejón sin salida. Pero aún no había aprendido la lección.
¿Cuántas veces tendría que caerse para darse cuenta? ¿Sería esta la
definitiva?
Había sido un error acceder a
volver a verle, lo supo desde el momento en el que contestó un escueto “sí” al
mensaje que Alejandro le había enviado, pero también sabía que no sería capaz
de vivir tranquila si no cerraba el tema para siempre.
La cafetería estaba
abarrotada, pero nadie se dio cuenta de que a Tamara se le había roto el
corazón. No importaba, ahora que todo había pasado, podría continuar: cosería
los pedacitos, así su pecho volvería a latir con más fuerza, y las manos
desolladas de tropezar sanarían, y se convertirían en cicatrices que demostrarían
que siempre se puede volver a empezar.
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