la vida después de la muerte


No era lo que le habían vendido, pero tampoco estaba tan mal. La vida después de la muerte era cuanto menos curiosa, con esa singularidad a la que nunca terminas por acostumbrarte del todo. Al final, aquellas películas malas de sábado por la tarde no estaban tan equivocadas.

Podías cruzar hacia la Nada, un lugar en donde el tiempo era infinito y asombroso, pero Nina prefería vagar por el mundo que había dejado. Aquel cabrón la había atropellado tres semanas después de cumplir los treinta tres años. Le había arrebatado la vida demasiado pronto, todavía le quedaban muchas cosas por experimentar. No había mucho que ella pudiera hacer, así que tan sólo le quedaba rebelarse.

Era muy diferente contemplar las calles en las que se había criado es ésta nueva vida. Las personas que caminaban distraídas por las avenidas atravesaban mi cuerpo sin ser conscientes de ello, los perros me gruñían y ya no podía parar a saludarlos con caricias, y tampoco era capaz de oler el delicioso aroma que despedía mi tienda de gofres favorita. Pero también tenía algunas cosas buenas: podía elevarse hasta las copas más altas y contemplar la ciudad como nadie antes la había visto, recorrer las salas vacías de sus museos favoritos cuando ya se habían apagado las luces, o poder ver cómo crecía en la barriga de su hermana el sobrino que nunca la conocería.

Aunque nadie me lo había dicho, la lógica post mortem sabía lo que podía ocurrir si se quedaba mucho tiempo anclado en la Tierra, se había cruzado con algunas de esas almas errantes… Pero a Nina aquello no la preocupaba, podría soportar una eternidad de continuo vagar; lo que realmente la asustaba, era no terminar de tachar la lista de sueños que había escrito cuando era una niña. 

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