VIAJE EN EL TIEMPO

 A pesar de llevar varias sesiones, a Brais todavía le resultaba extraño visitar a la doctora Ortega. Procuraba no pensar demasiado en su especialidad, pues era pronto para que le saliera de forma natural decir “psicóloga”. Llamó al porterillo automático y tras unos instantes de espera, la puerta del moderno edificio se abrió pero, antes de acceder al interior, tuvo la precaución de mirar a ambos lados de la calle para asegurarse de que no había ojos indiscretos alrededor.  

Aún no se lo había dicho a nadie; sabía cómo se lo tomarían en su casa: su hermano mayor le miraría con una mueca a medio camino entre la impertinencia y la grosería, y sus padres echarían mano del ajado discurso sobre cómo ser un hombre. ¿Es que acaso él no lo era? A decir verdad, sí que era diferente a cualquier miembro de su familia, aquello saltaba a la vista. Únicamente había encontrado el valor de visitar a la doctora porque Uxía se lo había pedido. Caminaría a ciegas si fuera ella quien le guiara.  

Las puertas del ascensor se abrieron al llegar a la segunda planta, y como había sucedido en las anteriores visitas, Leo le estaba esperando apoyada en el marco de la puerta de su consulta.  


       - Buenas tardes, Brais. - le saludó con un tono dulce y sosegado mientras entraba en el cuarto y se sentaba             en silla negra.

  • - Hola. - contestó él entre dientes, con las mejillas encendidas a causa de la vergüenza.  

  • - Toma asiento. Bueno, cuéntame, ¿cómo estás hoy?  

  • - Bien, bien. Estoy bien. - miró al suelo sintiéndose un completo patán. No le estaba dando nada de juego a la sufrida Leo.  

  • - No te preocupes, no tenemos prisa. Voy a buscar unas fichas mientras tú piensas de qué te apetece hablar hoy.  


Aunque se lo agradecía en el alma, no fue capaz de decírselo. La mente se le había quedado en blanco, como solía pasarle cada vez que alguien le preguntaba por sí mismo; si no comprendía bien qué estaba haciendo allí, ¿cómo iba a saber qué decirle?  


Leonor se había levantado y rebuscaba con una mano sobre el cajón, mientras con la otra sostenía carpetas de colores y hojas sueltas de papel. El pelo caoba le caía sobre la cara, así que le puso remedio con un tierno gesto de irritación; soltó el manojo de documentos y cogió un bolígrafo de su escritorio y se lo llevó a la boca mientras se recogía el cabello en una suerte de moño. 

 

Aquel simple gesto fue la chispa que implosionó en la cabeza de Brais. De pronto, la niebla que habitaba en su mente pareció disiparse un poco, y ya no se encontraba la inmaculada sala: había viajado casi dos décadas atrás, a un verano lluvioso en la casa de la aldea. La tía Aldara se recogía el cabello rubio como hebras de oro exactamente de la misma forma. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ella, a quien ahora podía ver con su sonrisa llena de hoyuelos y sus ojos atentos a las fantasías que Brais sólo se sentía libre de contarle a ella... Tal vez porque era la única con quien podía identificarse. Sintió como un látigo restallaba sobre su cuerpo cuando desbloqueó el recuerdo: la última vez que la había visto, él sólo era un niño que extendía sus brazos hacia ella con un llanto desconsolado mientras le alejaban para siempre de ella. Se obligó a ahogar un grito. 


Cuando volvió al presente, comprendió que Leo había sido testigo de su embarazoso viaje en el tiempo: le observaba en silencio, con las cejas alzadas y una mirada suspicaz. 


  • - Bien. Ponme al día. - dijo sonriente mientras tomaba asiento en la acochada silla. 

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