Tarde de domingo rara

 “Cómo detesto los domingos” fue lo primero que pensó Claudia al despertarse y ver la luz mortecina de la mañana colándose sin permiso. Se levantó de la cama y posó los pies sobre el suelo de baldosas oscuras y frías, aunque apenas se inmutó. Se dispuso a preparar el desayuno, más por costumbre que por apetito. No le prestó demasiada atención y, cómo no, cuando la tostadora metálica le devolvió las rebanadas de pan, estaban completamente chamuscadas. Las contempló durante un instante con el ceño fruncido; “¿Qué más da? Te iban a sentar mal de cualquier manera”, pensó, así que las tiró a la basura sin remordimientos.

Decidió que sería mejor intentar hacer algo productivo. Caminó hacia el desordenado despacho y, con cada paso, fue apartando las bolas de papel arrugadas y desechadas que estaban esparcidas por toda la habitación. Un ejército de tazas con café a medio terminar sobre la mesa la aguardaban junto a un montón de páginas vacías que la juzgaban.

La inspiración había hecho las maletas y la había abandonado hacía bastante, como muchas otras cosas, pero dedicarle tiempo a aquella reflexión provocaba que una aguda presión se cerniera sobre su pecho y la deuda sólo se saldaba con un dolor insoportable. Aquel pensamiento intruso la incomodó; se removió en la silla queriendo apartarlo, pero lo único que consiguió fue desatar el caos en su interior. Una frase que decía algo como “el caos no es un pozo, es una escalera” voló hasta su mente a modo de salvavidas; no recordaba dónde la había escuchado, pero la rechazó también al momento: por mucho que buscó, Claudia nunca había logrado encontrar el primer puto peldaño.

Se descubrió riéndose a solas: “Tal vez no lo encuentras porque la sarcástica de tu madre te puso un nombre que significa coja”. Finalmente, terminó dándose por vencida; ya no tenía fuerzas para continuar luchando contra lo inevitable. ¿Cuándo había perdido la ilusión? De la antes infatigable mujer, ahora tan sólo quedaba un armazón hermético y vacío.

Deambuló por el piso en penumbra en silencio, su fiel compañero, y comenzó a notar cómo las paredes se cernían lentas, muy lentamente, sobre ella acortando el espacio, y sentía en la garganta una quemazón como si se estuviera ahogando. Abrió las ventanas de par en par y dejó que la brisa tibia le besara la piel. Contemplando el mundo que existía más allá de su jaula, pensó en salir a la calle; con las llaves frías en las manos, Claudia recordó que cuando recorría los caminos de asfalto, tan sólo era capaz de escuchar el ruido ensordecedor de los atascos y las obras de la ciudad en su avance imparable; podría quedar con gente y charlar, pero sabía que sus comentarios no harían más que irritarla y si alguien conseguía arrancarle una sonrisa de los labios, la alegría nunca se vería reflejada en sus ojos.

Definitivamente, estaba atrapada entre la espada y la pared sin ninguna posibilidad de continuar, rehuyendo la realidad que se había empeñado por ocultar hasta el punto que la qua había acabado desapareciendo había sido ella. “¿Cómo te sientes cuando no sientes nada?”.

Comentarios

Entradas populares