Desorden

 

  • -  Si te soy sincera, no las tenía todas conmigo.  


  • - Cuando doy mi palabra, la cumplo, aunque no me guste.  


Nora detestaba los enfrentamientos. Trataba de evitarlos de cualquier manera, pero aquella vez tuvo claro desde el principio de que no tenía más opción. Habían pasado muchos años desde la última vez que había visto a su abuela Begoña, unos quince si no le fallaba la memoria, coincidiendo con la muerte de su padre. Aquel día no sólo había quedado huérfana, sino que perdió también toda conexión con su familia paterna, con todos los recuerdos de veranos felices en un pueblo extremeño...  


  • - Has crecido mucho. - comentó su abuela visiblemente incómoda. Ya no era la mujer que un día conoció; ahora pequeñas manchas oscuras adornaban una piel tan fina como el papel de fumar.  


Nora le dedicó una mirada a medio camino entre la sorpresa y la ironía. 


  • - Bueno, hace más de una década que no nos vemos, Begoña. Supongo que es lo que tienen los niños, que crecen. - le costó un esfuerzo considerable mantenerse distante.  


  • - Ya, ya. - hizo un gesto con las huesudas manos, quitándole importancia deliberadamente. - Me advirtieron de que todavía andarías enfurruñada.  


¿La había localizado después de tantos años para reírse de ella? La rabia le humedeció los ojos, pero contuvo las lágrimas cerrándolos y contando hasta diez. "No, seguro que no. Ten paciencia. Puede ser la oportunidad que llevas años esperando”. Cruzó las piernas y se sentó al filo del incómodo butacón, intentando trasmitirle la urgencia que sentía. 


  • - No sé por qué me has buscado ahora, después de tanto tiempo. La Nora de trece años era quien te necesitaba, os necesitaba a todos. He aprendido a vivir sin vosotros, ya no me hacéis falta. Únicamente he venido a escuchar lo que me tengas que decir y cerrar para siempre este puto capítulo. 

  •  

  • - Desde luego, la ignorancia es muy atrevida. - Begoña afirmaba con la cabeza en lentos y torpes movimientos. - Creía que sería un buen momento para reencontrarnos ahora, que como dices, eres toda una mujer. Desgraciadamente, has aprendido muy pocas cosas. Y cuida ese vocabulario. 

  •  

Nora se sintió ridícula y totalmente fuera de lugar. Había acudido con todas las esperanzas puestas en aquel encuentro, y a pesar de que las ganas de abrazar a su abuela y reencontrarse con su pasado, el orgullo herido pudo más. 


  • ¿Por qué coño te crees con el derecho de desaparecer de mi vida de la noche a la mañana, y aparecer diecisiete años después para desordenar y sembrar más caos en mi vida? ¡Eres tú la que no tiene idea de nada! No me conoces, no te atrevas a pensar lo contrario.  - el torrente de emociones era incontrolable.  


Se incorporó de un salto, con tanto ímpetu, que el desvalijado sillón cayó contra el suelo con un fuerte ruido.

 

  • - Pequeña insolente. - repuso con condescendencia.  


Aquello fue la gota que colmó el vaso. Antes de que la voz de su abuela se perdiera en el silencio, Nora ya se encontraba luchando por abrir la patética cantidad de cerrojos que guardaban la puerta. Durante un segundo, los remordimientos le susurraron al oído y casi lograron convencerla. Volvió la vista hacia la anciana, se mantuvieron las miradas fijas la una a la otra y Nora descubrió que finalmente las lágrimas traicioneras corrían desbocadas por su rostro.  


“No seas impulsiva. Sé valiente. Quédate.” “Ha sido un error venir aquí.” “Te arrepentirás.” “No estoy preparada para enfrentarme esto”. 


Tal vez aquella mujer que un día conoció tenía razón, pero Nora jamás lo diría en voz alta. Se lo guardaría para ella, como había hecho siempre, y abandonó con un sonoro portazo el lugar en el que guardaba los recuerdos más felices sin volver la vista atrás.  

 

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